jueves, 30 de junio de 2011

Una noche en las estrellas (III)


Somnoliento, silencioso, impredecible, incapaz, perdido, aletargado… olvidado, complejo sueño de un eterno y convaleciente destino por el tiempo y perdido en sí mismo, la segunda vida según el humano, según su acecho a su propio destino, su espacio al propio lugar del cual la obscuridad lúgubre penumbra. “Polvo fuiste y polvo serás”.

En el amanecer de este domingo un cuerpo mas llega al alba del día sin poder respirar el fresco viento de otoño, en su obscuridad perecerá por siempre un cuerpo que se consumía día a día para llegar a este destino. Un silencio que se inunda de ecos en un cuarto obscuro que envuelve las paredes, de su ausencia, de su soledad. Un laberinto de un subconsciente, desconocido, inhóspito sendero por el cual cada paso le da cuerda y sentido al lugar prominente lejano, perdido.

Un suelo impredecible, un sonido singular y anunciado, mármol que riñe con la suela de mi zapato, y yo que me encamino en la penumbra de este sitio tan frio y desolado; Casi palpable, tan obvio, anunciar que hoy voy perdido en la inmensidad donde se encuentran todas las verdades, las prontas y perdidas respuestas.

Estrellas en millones de brillantes, conjugan su esplendor emitiendo sonidos que nunca antes habían sido percibidos, perdidos en la voz y en el silencio de las ciudades, inevitablemente reposando en la jungla de ruidos estridentes, de cañones disparando, de motores con pistones golpeando a cada milésima de segundo, gente hablando en el murmullo de un planeta abandonado en su propia bohemia, obligado a subsistir en su decadencia, autocritico y principal malefactor. Viajando entre obscuridad me olvido entre el tiempo transcurrido, me interno en lo que se va llevando mis recuerdos, tratando de encontrarme en constelaciones que me llevan a la fecha de mi nacimiento, Ofiuco, la doceava de ptolomeo, recóndita e inaudita.


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