jueves, 30 de junio de 2011

Aria


El consuelo de la paranoia convivió entre sus suspiros a media noche, como segundos transitan días, en ese oasis de belleza que rodeaba su entorno, cae la blanca nieve que endulza la noche de las festividades; tan lejana. Tomado de manos se encontraba un hombre sin expresión en su rostro, cargado de lado de su fusil atascado, con su última carga y obsoleto contra las avasalladoras ráfagas del fuego enemigo; adverso, desfavorable, criminal y ausente. Frente a él su compañero de instancia, en donde pocas horas antes habría tomado una última siesta; Este, un honorable soldado que años antes había respondido por el nombre de Mariano Castellón de la Madrid, siempre se negó a aceptar que la vida le reprocharía su último deseo de no morir en soledad, ignorando que la trampa de aquellos que creen conocer su destino se convierte en el epitafio de sus esperanzas. En su impulsiva necesidad de encontrar alivio, revisa una y otra vez sus bolsillos en busca de la misma caja metálica que guarda sigilosamente desde su partida al oeste, tratando de encontrar sus últimos tallos de tabaco y papel pierde la noción del tacto. Mientras el temblar de sus manos y el frió avasallador en sus dedos trata torpemente de encontrar refugio en un aislante que reconforte su dolor.

Una imagen atrapa su vista que advierte que en un bosque de noche siempre se adorna el misterio que rodea un silencio falaz. En vela y en un profundo sopor, lentamente eleva su mirada al amplio paisaje. El cielo de Urano, techo del mundo, sólido, concebido de estaño y hierro, brillando ante el en millones de luces, estrellas distorsionan el orden de la constelación de Orion. Trasladado al subconsciente, un sonoro lugar lleno de melancolía entre el y su paisaje. Una sublime melodía, un camino hacia la obscuridad en fondo acústico. Donde risas infantiles decoran un entorno alegremente saciable. Una caja musical y resplandores de un sol al atardecer, - Llevame en mis recuerdos, no me abandones así, hazlo de una vez joder, ¡Llevame!-.

Viajando en un camino en donde se pierde dirección, los pasos se dirigen hacia una ligera brisa que consigo lleva una sensación de bienestar inexplicable, siendo esta imprescindible, sin concebir siquiera conciencia de si mismo. Despertó. Jugó con los sentidos perdidos y la imagen que su amanecer le regalaba. Tomando una de esas cartas que en el verano habrían llegado, dirigidas a un soldado que a sus circunstancias, peleaba en una guerra que lentamente le habría carcomido el espíritu, y en obligación moral dependiente de la administración del odio, destrozando rostros, sueños, pasado e historia detrás de ellos, hombres olvidados. La colocó dentro de uno de sus bolsillos, titubeó al sacar su brazo y abrió por completo los ojos que lo mantenían en un letargo sueño. Κανένας θάνατος

Tendido al suelo ante el horizonte ilusorio, se reveló un ligero disturbio en el aire, amenazando acercarse y romper en trozos lo inmune de un cuerpo, careciendo de sentido alguno; sin dirección, Se levantó, cogió el fusil y tomó partida. ¿Cómo se explica así misma una mente al final de su vida? ¿Qué dice la última página de un discurso que inició con un llanto en el pasillo de un nosocomio en Castilla? inhalando el frío de aquella mañana, deambulaba en desierto blanco y negro en el follaje, un soldado sin fronteras. Mencionando frases que delicadamente hacían silenciosa la venida de una carga de explosiones. - Me retiro, como un hombre en palabra de un sabio, tomando el único camino humanamente correcto. ¿Moralmente? Jodida sea la patria, si ha de regalar vidas inútilmente a la falsa libertad.-; -¡Parad!-, Un grito desorientado salió de entre los árboles, anunciando un lazo comprometido a tener un desenlace.

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