Ojos pequeños que se fruncen en una seña de ternura, labios rojos sonriendo discretamente en diferentes tonos de luz, tus dedos cruzando mis mejillas al despertar de un letárgico sueño, suspiros que se ahogan en mitad de la noche, un sueño que se esfuma con la luz del ventanal en el nuevo horario que siempre discutimos; los días que parecen ya tan distantes en los que nos acercábamos con miedo y el hoy que termina con una conversación mirándonos a los ojos acostados a un lado del otro en medio del atardecer.
Esos días convirtiendo todo alrededor en un momento que se asemeja más a un relato; convenciéndome cada día más en que habías llegado con el propósito de reencontrarme en algún lugar de este tiempo tan impreciso en el que dos personas debían de ser, tal vez el uno para el otro; y es que apenas iniciaba el otoño y el amarillo con verde no cambiaba entre la luz que cruza las hojas de los árboles y la heterocromía de tus ojos eran uno solo al caminar por la calle.
Esas conversaciones en un café por primera vez mirando tus señas e involuntarias expresiones al contarte de escritos, de deseos y anécdotas; historias detrás de una pantalla y en medio de tu habitación; las noches en desvelo que nunca parece deben terminar, tú suave voz que me acompaña antes de dormir y el sentirme por fin afortunado al abrir los ojos después de eventos tan inesperados.
El tu y el yo, lo nuestro que se convirtió en un te amo tan fugaz, tan sincero y que ha seguido acompañado de todos los días amaneciendo con el aroma de tu piel en mis hombros. Como pudiste traer contigo la nostalgia y el presente. Trajiste lo antiguo y lo nuevo a este presente con tantos cambios. la suerte que corrimos al no dejarnos pasar y el color que trajo este otoño que se diluye con nosotros todas las noches. Las sonrisas y el abrazo que nunca termina.
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