Ha caído en
el fondo del Barranco lleno de furia, lleno de rencores, se ha colapsado desde
dentro, no pudo consigo mismo, no pudo arrebatarse desde la mirada tantas veces,
tampoco desde las palabras el placer de redimirse en carne propia. Una botella
rota, olor a alcohol desde las entrañas, sangre fresca en la boca, la gran
mentira de partir sin dolor, el primer paso afuera de un alma encarcelada,
encerrada en su propia anuencia, atrapada en su propio silencio; esto se pudrió
desde dentro como viseras en conserva, empapadas de sangre, escurriendo olor a hambre
que no cede sino desde la vehemencia. Puedo ver el lado brillante desde la
penumbra, mientras se cierran las cortinas al alba.
Dónde el mar finaliza en aquella fosa tallada con las olas, un hedor en la penumbra se expone al salir el sol, un llanto ahogado por la marea que irrumpe, un secreto de la sociedad cautiva, de la sociedad que lo vio crecer y convertirse en sombra por las noches.
Un viejo
ataúd me carga en pedazos al sepulcro mientras siguen sin descifrar un delito
cometido por el desahogó lento y asfixiante, caras largas, desconocidas, risas
indiscretas, secretos y la calumnia se pasean en vestido de gala la noche de
velo, la gran invitada a traído uno más al eterno silencio, Pandora sigue ahí inundando
de llanto la cita social, la noche de los reencuentros.
Uno más en
el libro de registros, llueve mientras van abandonando el recinto; la hora de
repetir el arrepentimiento del pecado ha llegado, música y canciones dan la
oportunidad a esas altivas en pulcritud, señoras de buenas costumbres dan el
voto de su pureza a la vida que se fue, tanto desdén de hipocresía y falacias, la
conmovedora vista de una madre en duelo, el desolador rostro de un padre
confundido, no obstante, al escribir las últimas líneas de un epílogo angustiante,
cae la lluvia sobre el campo que guarda mi sangre, vida crece. El tiempo sigue
su curso. Lo que es será, lo que será Consumatum est.
Tiempos de inocentes solos por las calles, ser un joven solitario nunca fue tan complicado, todas esas atracciones que no pude gritar encerradas por obsesiones, el viejo camino a lado de la habitación a la que todos creían que no volvería. Mi viejo amigo olvidado. Sobre aquella carta, la vieja ola al fondo del oceano, no es una botella, es sólo un espectador.
Nunca permití que escucharan lo que pienso, lo tuve todo donde prevaleció lo atroz, hijo de la circunstancias le corté con afilada arma el alma por los brazos. Ella confundida y asustada veía detrás de mi esa sombra que me perseguía, como cabeza rodante escrita por Fuentes, los últimos segundos a la orilla de un abismo se consagró las últimas declaraciones, explicaciones no pedidas, lo que se dice a uno mismo antes de morir. No cabe la menor duda que en la sangre parte el alma y en su último bastión el cerebro otorga la última gota de endorfinas. Un último y tenue segundo dónde el perdón no se decide. Aquí donde los gusanos se alimentan de la carne, donde los horrores de la podredumbre corrompen lo estético y abren paso a la naturaleza, se colapsa y obnubila la mirada. Se cierran los ojos.
Se suplica clemencia a lo divino, dónde la caridad es sustento del mayor deseo. En todos lados se escucha por la abadía el cantar del perdón, la venida del juicio. Dies irae.
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