domingo, 20 de octubre de 2019

1.2


El epilogo de un conducto que sobre lleva la desesperanza, un sueño que vibra por las noches donde no puedo concebir un minuto de silencio, la premonición de un futuro incierto, la realidad cumplida por el deseo inconsciente del miedo. Un grupo de torres inmensas a mi alrededor en ese pálido y gris cielo, sonidos de bullicio en el ardor de una tarde metropolitana, manos envejecidas entrelazadas apretando los pulgares, han pasado siete lustros en los que vi el desastre de nuestra propia existencia, la era de la dogma artificial, la era del empleo de cuerpos sobre cuerpos, satélites en la superficie y la conexión de nuestros órganos. Paré un día a recordar lo de mi pasado, lo que el ayer contaba sobre lo que fuimos, el arte digital por los ventanales espectaculares de las calles que semejan oleos de hace siglos, el modernismo utilizando a Da Vinci que disrumpe en un promocional de un dispositivo implantable de la más grande transnacional. La medicina del nuevo milenio utiliza iris de monos que curan el cáncer. Eran hojas de cedro secas las que recogí de mi bolsillo, aquella tarde de otoño dónde encontré mi viejo hogar, ahora sitiado entre escombros, contaminado por selenio de los arroyos que aún brotan por el subterráneo del antiguo alcantarillado. No mucho ha cambiado desde la guerra de ocupación americana, la pobreza ha sido llevada a la orilla de los suburbios dónde habito, nubes grises y un tono verde parduzco olor a amonio brota de las impresoras de grafeno. Aquí en el esquinal de un bloque de cristales suelo envejecer viendo pasar a quienes no me conocen ni el pasado del que provengo, aquel que como ensueño miran en imágenes de historia, el sacrificio por el progreso de la equidad tecnológica, la libertad monetaria, la sexualización temprana y el ruido incomparable de la meta morfina endógena. 

-¿Acaso han sufrido el silencio de un campo? No olviden que día es  hoy- decía aquel maestro y último militar caído en la  ocupación, dos líneas en el hombro, una ceguera quizás obtenida por los gases y venenos a los que se expuso recogiendo a los caídos, una maldición de familia tal vez, un hombre modesto que dice vio el México antiguo, aquel que decían, especies de colores habitaban en frondosos bosques, selvas profundas y mares blancos. Decía en sus muchos relatos de una niña que rescatado en un cristal cortado con fondo pétreo logró cautivar una especie de coral extinto, donde un pez pardo comía en simbiosis,  vivía aferrado a aquel lugar que daba la última vida vegetal anterior al pozo petrolero de Dos bocas. Dónde las explosiones atómicas formaron una tenue y espesa neblina radioactiva. 

-Llevo aquí la prueba de aquella anécdota- decía con voz profunda y conmovida, una especie de hoja de alga plastificada con marcas de sal y cristales guardaba celosamente en su bolsillo. "Te pido no te preocupes por el presente, la decisión ya fue, nuestro por venir se ha ido marcando con la ruta de tu destino" esa fue la última vez que hablamos. Desde entonces miro de cerca el porvenir con un secreto entre manos, estas hojas de otoño que recogí del ayer, una historia fantástica del pasado fueron y un presente trazado está en cada historia que cuento aquel dispuesto a escuchar lo que ha porvenir de su futuro.


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