miércoles, 5 de abril de 2017

I

MIER


Se sentó al borde de la rama de aquel árbol de cerezo al pie del acantilado, apenas recordaba el tiempo que había pasado desde la última vez que le vio, la noche oscurecía los rincones del jardín silvestre, el arrollo murmuraba el descanso de las aves y atrás con su tenor de luna llena, la fauna nocturna comenzaba su noctis concerto. Las naves con campañas del norte no solían tardar tantas estaciones en volver, pero la esperanza de tocar su rostro era inconmesurable. Había partido con la promesa de traer con el aquella joya negra que los mares guardaban en las ostras de las costas de oriente. En ella la promesa, un compromiso de vida, traerla era la carta de fe de aquellos días donde juró amarla tanto como le fuese permitido por el tiempo. Eran ya 3 otoños a la deriva y ella se preguntaba.

¿Cuál mirada en aquellos ojos marrones volvería a ver?

ya había rozado la impaciencia de otros romances, pero nunca había amado a alguien como el, uno que había desafiado las costumbres del pueblo para dedicarse a desentrañar de la tierra y seres vivos las razones escondidas, las metáforas de la transformación de las cosas, su obsesión, la más insana, por las piedras preciosas y el intento de transmutar los elementos lo exilió, con su esperanza su único tesoro en vida, ella, su amada.

Un aullido profundo de los canes del campo, trajo consigo el ruido del galope, era el, justo como le había prometido, a la distancia un abrigo negro venía a prisa el último día de cosecha en el terruño en otoño. Pronto a metros de acercarse se lanzó del equino y sin palabras la besó.

-Eitch quier' mi amada, he sufrido el frío más penetrante e inmisericorde que cualquier ser pueda sentir en tu ausencia. -

- Calla que el fuego de tus labios derritan ese abismo invernal que te ha corrompido. -

Lo llevó a la morada de su familia, tomó una maleta, y arrojó al suelo los pétalos de la flor del cerezo. Miró a su padre y dijo:

-Sea el destino él que nos separe-

Tras ella salía junto con su primogénito hermano, empuñado a su diestra la espada de tres cuernos.

-No tengo discurso que darte, sino el único que te compadece por tener las agallas de regresar por ella, asqueroso siervo de demonio.-

La oscuridad del acantilado se pintó de rojo aquella noche, partiendo al horizonte le entregó el dije que contenía la joya prometida, una par de promesas cumplidas traían el amanecer en la neblina adentrándose al bosque más allá de los limites del poblado, era el prologo de una historia de tragedia y amor incondicional.

-Mier´tuya siempre-.





II

LAS RUINAS DEL OLIVO

Mientras se adentraban en el bosque Lilia abrazaba fuertemente a Mier, acariciaba su largo cabello castaño y pedía en una desgarradora condolencia interna por la sangre derramada de su hermano, no había forma de regresar el tiempo, pero sabía que sí tenía que decidir de nuevo, lo elegiría a el, entregó a su fortuna el pasado y sublevó ante las añoranzas del presente su futuro.

El camino era pálido en su tenor, la neblina y los pasajes del bosque des colorido de otoño le hacían temer por las historias de bandidos en las colinas del bosque antiguo. Mier tomó su mano con fuerza y le pidió bajara del corcel. Se instalarían a la cercanía donde se perdía el camino. Se adentraron entre marchitas hojas de olivo que cubrían el campo de gigantes arboles ancestrales, donde ruinas y columnas destruidas por el tiempo formaban un gran bloque de esculturas con inscripciones ilegibles. Más allá, de los alrededores se asomaba una mansión donde aguardaba un hombre en la  entrada, de piel blanca, calvo y aspecto inexpresivo. Saludaba a Mier como maestro.

-Lilia, él es Finh. Finh. Esta es mi amada Lilia, toma sus pertenencias y acompáñala a la habitación principal, espero a ambos en el comedor-

Finh: -Sí maestro ¿desea que encierre al caballo? -

Mier: -Lo antes posible, hoy celebraremos y las jaurías de lobo aprovechan el ruido para inmiscuirse en los corrales, esta noche no quiero salir a ahuyentar bestias-

Una gran puerta se abría para mostrar la mansión. Un gran olivo en medio del camino dividia el camino a la casa y el otro a un jardín marchito. Al pasar los minutos hasta la habitación se inundaba su mente de dudas. ¿Cuándo adquirió está propiedad? ¿Habrá regresado antes sin haberse contactado? ¿Quién y donde conoció a éste tal Finh a quién se le refiere como aprendiz?

Una vez en la pieza, un gran vestido azul descansaba en la cama. Una carta a su lado y una caja de joyas diseñada para el dije que llevaba la perla negra que escondía en su blanco cuello.

Tomó la carta, antes de abrirla cerró la puerta tras de ella y se acercó al ventanal que daba la vista al interminable bosque que se había inundado de un gris opaco ya llegado el atardecer. Un rio de lagrimas comenzó a salir de sus ojos, con un llanto en silencio que se llevaba su alma al oriente donde probablemente ya estaban velando a su hermano. Se fue desvistiendo lentamente, abrió la puerta de un gran armario donde solo había un par de vestidos y un camisón blanco de bordados en forma de flor de violeta. Abrió la carta, misma escrita con sangre pactando un solo párrafo. Inclusive al final de los tiempos, me he vuelto a encontrar contigo mi amada. No habiendo comprendido enteramente, la escondió dentro de su armario.

Bajó de los grandes escalones hacia el vestíbulo, con aquel vestido azul que yacía en su cama. Finh le pidió que lo acompañara hasta un banquete preparado y Mier descubierto totalmente de su rostro, le decía bienvenida a tu hogar. Con ojos quebradizos y cristalinos le abrazó.

Lilia: -Nunca me abandones de nuevo-

Mier: Es una promesa.

Una vez terminada la velada acompañada de vino, las preguntas se evitaron para subir a aquel el lugar donde se le entregaría por completo, a pesar de lo trágico y deteriorado final que los uniría, la pasión que desencadenó en esa noche era tan honesta y pura como el amor que alguna vez se juraban. Ensangrentadas las sabanas y sus rostros pegados a la media noche, Mier le pidió dormir, él tenía antes que asegurar las cerraduras y arreglar detalles del orden con Finh. El sueño profundo no se hizo esperar, entre sueños el gemido de los alrededores la hacía despertar, como gritos de la noche el bosque murmuraba sus peligros, como premonición su terror y miedo parecía lo concebía a partir de pesadillas, al abrir los ojos miraba como era observada, por una sombra al pie de la cama. Enmudecida, solo así continuó por el resto de la noche.


Abrió sus ojos lentamente, prensada de una almohada a su costado, buscó en la habitación la compañía de Mier, quién reposaba en un sueño profundo, la luz del día comenzaba a entrar a la habitación con una pincelada de amarillo pastel que acariciaba las esquinas de la pieza, le besó;

Lilia: -Mier despierta-

Mier: - ¿Cómo has amanecido tierno pétalo de mi alma? -respondió

Lilia: -He visto cosas horribles, mi alma sigue en pena y tengo que confesarte que algo en mi está destrozándome por dentro, la muerte de mi hermano me ha hecho esta fantasía una pesadilla donde solo tú, puedes rescatarme, de nuevo. La tomó en sus brazos. -

Mier: - No hay que temer, el destino es cruel, no da sin perder antes, toma mi mano y promete que olvidarás todo ese martirio.

Lilia:- Intentaré. -

Mier: - Partiré hacia tierras nórdicas mi amada, temía contártelo pero parece necesario, en dos días justo, aún sigo meditando sí será necesario traer conmigo a Finh aunque, el camino es peligroso y no podrías acompañarme en tan tormentosos desiertos de hielo. -

Lilia - ¿Qué es todo esto? ¿Cuándo regresaste y por qué nunca lo supe?

Mier: - Volví hace ya bastante tiempo, poco antes de mi partida, más no podía llegar a ti, hay cosas que debo contarte. Una vez camino a oriente sucedió algo que cambio el rumbo de mi viaje. Y es que el atardecer arremete a los viajeros solitarios en su engañosa quietud. Algunos poblados adelante, mientras me instalaba cercano a un camino de mercaderes y comerciantes hacía las calderas de la vieja mina de Staroth un grupo de hombres se acercó a mi pidiendo comida, supe que eran ladrones, pero mantuve mi rostro mirando al frente sin ceder a sus amenazas, al percatarse de mi inmutes desenvainaron sus espadas, por delante de mí se asomaba para revelarme mi destino; yo era el cebo de una trampa, una bestia grotesca ponía sus garras encima de los cráneos que reventaban solo unos segundos después de verme casi muerto por la afilada punta de una lanza, se alzaban dos cuernos retorcidos y cabeza de buey desentrañaba sus cuerpos. Adolecí hasta quedar desvanecido. Aparecí después en cama junto a una chimenea, una mujer de cabello cenizo me estaba cuidando y en sus palabras me dio más verdades que todas las recolectadas en mis pergaminos juntos. Desde entonces le debo mi vida y solo hasta su muerte pude ir a rescatarte mi dulce Lilia, he aquí escrita una promesa. Vives hoy en día en la misma casa que vio mi rescate. 

Al terminar la merienda fueron a la biblioteca, donde pasaron horas contándose sobre su pasado, compartieron experiencias y se arrebataron en pasión como lo deseaban hacer desde el primer día de haberse conocido.

III. La lapida

Llegó ese momento, Mier partió a tierras nórdicas mientras ella comenzaba a familiarizarse con los aromas de aceite y madera húmeda de la propiedad, Finh había partido con Mier con la promesa de hacer la vuelta de Mier lo más rápida posible, no eran más que un par de semanas pero la soledad acechaba con su compañía a Lilia quién desde aquella noche no podía concebir sueño reparador. Pasaba las tardes leyendo, encontró al borde de una piedra gigante que daba a la declive del bosque un paisaje hasta la montaña norte donde Mier habría llegado transportando las piedras y aloquimicos que fabricaba en un taller dentro de la mansión. Mientras permaneciera dentro de la propiedad no parecía haber peligro alguno, un gran muro lo delimitaba de las tierras salvajes del bosque, sin embargo, tenía la sensación de que algo irrumpía a toda vez que entraba en la casa, quizás la intrusa era ella.

Caída la séptima noche en la mansión escuchó el ruido de una risa profunda a las afueras del ala posterior donde yacía un establo, salió a percatarse que el único corcel que había permanecido en la finca se encontrara entero, rompía el viento en las paredes de madera de cedro, y era el rechinar de las esquinas lo que engañaba su presencia, le tomó desprevenido, saltó, relinchó y con desesperación perdió la vista cual fuera un lobo acercándose a tomarle del cuello. En alerta, Lilia se adentró a los limites del arbolado, donde encontró una lapida, misma con el nombre de Mier.



"Un ser de verbo florido y faz hermosa, engendro diabólico de alma escabrosa de buena gana tus deseos satisfacerá. De diamantes, plata y oro te colmará, más cuando quiera cobrar la deuda con prisa terminará con risas y simpatía los favores acabará.."


Era un día de verano cuando detrás del molino su padre la había llevado tomada del brazo hasta tirarla al fango, era cuando entonces su hermano se interponía entre ambos para detener aquella bestia inundada en alcohol, más en está ocasión solo miraba, perdido en el morbo aquel que lo hacía su hijo. Quizás ahí el destino terminó siendo finiquito, imparable, el resultado de la gota que se abre paso entre las rocas y sin embargo, ese mismo fue el camino que puso a Mier por delante, aquel día donde se rompió una botella que llena de sangre, rescataría a Lilia por primera vez del sepulcro que cavaban aquellas sucias garras. También consigo venía la amistad que a la postre la verían llevarla consigo al vacío de un bosque antiguo, esperando la vuelta del único salvador que reconocía, el único ser que alguna vez intervendría..

Era ya pasada la madrugada, en un vestido blanco con puntas desgarradas ella esperaba en una esquina, llena de silencio, viendo lo que había ignorado reconocer tal vez cegada, las grietas que abrían la vista a las habitaciones cerradas de aquella casa, donde los sonidos del viento y los pequeños aluminios chillaban como caja de música empolvada, un cerrojo con la forma de un alce parecía le llamaba poderosamente, consiguió abrirlo cono solo las palabras escritas en sus grabados.

Cristales colgados del techo por toda la pieza formaban un antro que desperdigaba su luz al entrar la luna por el centro de la habitación, formaba un cuadro en el piso que muy pronto formaba como tinta vieja traída cerca del fuego algoritmos que apenas podía familiarizar, pero que estaban en todo aquello que veía a forjado por un cobre matiz en libros y pergaminos que cargaba Mier desde el primer día que le volvió a ver. Una suave briza le habló al oído y le pidió ir consigo hacía un libro. 


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