Irrumpiendo lejanías, marchas hacía pasos recorriendo abismos. Observando y dando cuenta cuan lejos había llegado, mas consciente prisionero de un dios y del silencio, cuando dibujando un pasaje caían las estrellas por la noche hasta que venía sin otoño reposando el sol, el atardecer que susurraba en el viento hasta los pilares amontonados de una civilización donde no se escucha nadie. Una ciudad cuyos habitantes se convirtieron en los guardianes de un desierto. Silencio en el aire, llamas en sentidos transitorios por siempre. Gotas que caen a las cabezas de los que se atreven a irrumpir en el sigilo, como tortura irónica a la algarabía y caos que hay siempre en el ruido, mientras las miradas de los prisioneros deambulan siempre en las alturas en el anhelo de llegar hasta el cielo estrecho que se ilumina, hasta donde explotan planetas y se destruyen las discreciones. Fatigado y huyendo de un mundo de palabras, me sumergía en un viaje a la tierra nunca antes vista por los grandes jerarcas, ignorada por los imperios del dinero y los tumultos de los humanos, lejana para todos aquellos creyentes de una sola realidad, sujetos jactados de toda sabiduría y almas desecantes de la cinética esencial de la vida. Tras largos caminos cubiertos por senderos semi oscuros de un laberinto que guarda leyendas, como historias guardaría un pueblo autócrata, enterrado por el tiempo y olvidado por sus descendientes, conquistador de las estrellas y consumidor de su propia grandeza.
Como pasante del tiempo eterno de un ciclo, mi camino apresurado me iba trasladando hasta el terror del estrecho lugar que habitaba ecos de mis propios pasos, más música escuchaba de un recóndito espacio de toda esa inmensidad que moraba en el laberinto, bajos sostenidos y acaricias que sucedían a lapsos cortos de arpas apenas tangibles que moraban en mis dudas, en mis tantas dudas pasadas. Perdido, no estaba perdido me decía con euforia, sentado reposando en una esquina de todas esas piezas que faltaban en el rompecabezas de una figura a la vista de algún mapa, quizás nunca trazado más que en el genio de una mente retorcida y deambulante sobre sí. Sobre llevando pensamientos de mi vida pasada, la olvidada ya antes por tanto dolor. Por uno que ya no existe, pero que me guardo en el recelo, en la palabra que no tiene razón, ente esclavizado por su nombre, "recelo" por su temer, desconfiar y sospechar; que yo escribía como un poema con un poco de verdad, con la ofensa que debía a otra persona, ofensa que era, no más fue, por un momento una agresión indirecta, usual a h₁eǵō, indoe., 'yo.' El que pensé en ese momento que ya había muerto, en la historia del antiguo mundo que me marcó, donde hablé con Adriana, la dueña de mis deseos, de mis memorias, de mis compasiones, la arquitecta que caminó a mis sueños en estrellas y arboles de roble, fresnos y acres. El bien que dará mi vista a la antigüedad me quedó, me dejó en aquella esquina donde pasé décadas arropado por el antiguo hogar.
Como pasante del tiempo eterno de un ciclo, mi camino apresurado me iba trasladando hasta el terror del estrecho lugar que habitaba ecos de mis propios pasos, más música escuchaba de un recóndito espacio de toda esa inmensidad que moraba en el laberinto, bajos sostenidos y acaricias que sucedían a lapsos cortos de arpas apenas tangibles que moraban en mis dudas, en mis tantas dudas pasadas. Perdido, no estaba perdido me decía con euforia, sentado reposando en una esquina de todas esas piezas que faltaban en el rompecabezas de una figura a la vista de algún mapa, quizás nunca trazado más que en el genio de una mente retorcida y deambulante sobre sí. Sobre llevando pensamientos de mi vida pasada, la olvidada ya antes por tanto dolor. Por uno que ya no existe, pero que me guardo en el recelo, en la palabra que no tiene razón, ente esclavizado por su nombre, "recelo" por su temer, desconfiar y sospechar; que yo escribía como un poema con un poco de verdad, con la ofensa que debía a otra persona, ofensa que era, no más fue, por un momento una agresión indirecta, usual a h₁eǵō, indoe., 'yo.' El que pensé en ese momento que ya había muerto, en la historia del antiguo mundo que me marcó, donde hablé con Adriana, la dueña de mis deseos, de mis memorias, de mis compasiones, la arquitecta que caminó a mis sueños en estrellas y arboles de roble, fresnos y acres. El bien que dará mi vista a la antigüedad me quedó, me dejó en aquella esquina donde pasé décadas arropado por el antiguo hogar.
Siete parpadeos antes de despertar de la momificación de mi cuerpo, miraba hasta el borde de la siguiente posible salida de mi prisión, como sí nada en ese lugar eternamente en penumbra escondiera lo que su magnitud comparecía guardar. Mientras mis palmas cuál lijas secas iban tocando el suelo en mármol, me levantaba de nuevo con mis ojos en la noche eterna a vista de todas las estrellas, sobre aquellos muros gigantescos, con suspiraciones que expulsaban polvo y un cuerpo decadente, carcomido por sus cicatrices que volvían a sangrar después del intento de volver al antiguo templo de emociones de donde provenían. Caminaba, notando partículas en millares de direcciones sobre llevando una ridícula ley, escrita por los hombres y descrita por los genios, más nunca inventada como todo eso en la naturaleza tal cuál mayor a la aspiración de nuestra raza; El asar, del quizás destino anticipado de otra acción más grande dispuesta en cadenas. Hasta el principio de la mínima acción, del mínimo desgaste que provocó el resultado en su infinidad hasta nunca más repetirse. Una grieta encontré en otra dirección completamente alejada de la luz de la estela que seguía, Ophiuchus se esbozaba en la galaxia de Andrómeda, Asclepio, hijo de Apolo, mis pupilas tenían su nombre marcado en una leyenda que contaba una nueva especie, un personaje que me seguía desde tiempos sin mis recuerdos y razón, aquella figura postrada en mi cuna cuál sombra vigilante al despertar en la penumbra. Mancha emplumada que había encontrado siempre en mi ventana guardando mi cuerpo al dormir, cuando al parecer me desprendía de todo objeto, la fantasía nombrada por el mundo del pasado, apellido dado por el ave, búho, por mi. Sueño mal descrito, realidad ahora frente a mi. -¡Detente!- se mecía en la rama, cauteloso. (En su mirada profunda y oscura) -te he estado observando- charla mal llamada sueño en las estrellas...
-Pienso en todas aquellas primicias que sosiegan mi sueño, mirada triste de tu bello rostro. Cerrando la cortina obscura del amanecer vecino me abstengo de salir del letargo... "Cuentan los hombres dignos de fe que en los primeros días hubo un rey de las islas de babilonia que congregó a sus arquitectos y magos, les mandó construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. El mayor escándalo, la peor calumnia, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres".-
Le habló de la historia de su solución, de la divina magnificencia, del gozo solo antes mencionado para aquellos dados en fe y para solo esos pocos bendecidos en sabiduría. El camino a la salida, lo había construido Enoc, esbozando una de las tareas que lo seguían haciendo inmortal. Tú caminar ya no marcara tus pasos, has sido hecho en la imagen de la perfección, derecho que pierdes al pasar a este infinito, por ello lo que ves no existe por demás que ya no es transitorio, efímero.
Pregunté, - ¿Y sí el todo es transitorio, una compleja infinidad de materia cambiando, fusionándose hasta el principio? ¿Qué no el todo poderoso lo será en algún momento? -
- No tiene principio ni fin, no es solo materia lo que lo convierte, es la divina perfección, el principio del equilibrio es el orden, es el caos y la mediocre humanidad.-
Recorrí después 136,400 veces mi propia vida, pasada en cuerpos que volvían a ser arena, minerales y priones. Siempre me reencontraba con ella, siempre cometía las mismas desgracias, sobrepasando el asar...
El silencio se fue apoderando de mi mente, de los ecos de los pasillos y finalmente de los estruendosos ruidos al hablar.
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