jueves, 16 de agosto de 2012

El desierto de Neos



Un día llegando a una cifra incierta encontré que finalmente dejaría de ser la bestia habitando el sendero perdido. Encontré la salida hacia el desierto guardado en silencio, como todo en este lugar, parecía olvidado por el hombre, ignorado por ancestros que caminaron por este mismo camino tras milenios, grabando sus desventuras en los bloques inmensos de las esculturas desoladas, cual conocimientos de millones siglos se repetían y de los pilares contiguos que parecían no terminar al horizonte. Una gran barba me había crecido, mi cabello enredado cual hilo de algodón en la baga de una planta silvestre. Empolvado de azufre mi cuerpo, desgastado por la naturaleza de mis viajes, encorvado por las vertebras soldadas por una sola muralla, sin posibilidad de andar sin antes caer, como en sueños una y otra vez de un lado a otro derrotado, por la fatiga; la imperiosa desilusión de no encontrar un fin. Uno a su vez digno, distinto, sin tantos errores, siendo siempre los mismos, la eterna tortura del maldito asar del no descrito, del predestinado por seres divinos. Una vez más caminaba sin un rumbo, sin idea más allá de un nuevo día al amanecer, llorando mientras los recuerdos se borran y ves por (120943° vez) a tú madre, la parte de ti que siempre te ha acompañado hasta el sepulcro de la vida mortal. Mi andar se había convertido en deseos; ilusiones de morir, dormir en paz con el universo, sin convertirme en azufre, sin convertirme en hidrógeno disperso en el espacio/tiempo o carbono en la tierra, no volver a ser una planta adjuntado a otros o energía en vida dentro de un animal. Sería celoso, orgulloso y obstinado, nada, ser destruido y borrado de toda existencia. Así era mi fantasía, mientras dormía en una balsa en medio del desierto de una eterna noche.

Los días pasaron y con ellos mi balsa lentamente me transportaba a donde las tormentas de arena soplaban, podía conocer los ciclos cronológicos gracias a los 3 soles que circundaban el planeta, mientras mi silueta fetal solo se enrollaba así misma encubriendo el polvo estelar que caía de los cielos sin nubes y de los días sin el azul de la tierra. 

Solía soñar con otros seres en este lugar, imaginaba y reía pensando en sus posibles figuras, fantaseaba con encontrar lo que pronto mis pistas habían predicho, y es que era extraño saber que algunas veces los deseos parecen cumplirse, de tal forma que en deuda con lo mítico el hombre comenzó a esclavizarse. El búho ahora me seguía de lejos, le gritaba -¡¿Qué hay en mi destino?!- mientras este solo respondía en mi cabeza -Tú hogar por un tiempo- me imaginaba solo otra arca de mis soledades y recuerdos, así solo me arrullaba en mi sueños a los 21 en una vida pasada, charlando con ella y sonriendo a mis padres, los terrenales. 



A lo lejos se avecinaba un castillo con vista a muchas de mis aspiraciones, llenos de comensales que se alojaban en las ventanas y puertas mientras me veían acercar, navegaba en rumbo a lo que parecía convertirse en agua, increíble, era totalmente impresionante, había agua cercana a mi balsa mientras lentamente le rodeaba. Detrás de ese extraño palacio que parecía ser parte de una misma arquitectura, una antes vista por mi en estas tierras; se avecinaba un mar en el último resquicio del planeta, haciendo un milagro, mis lagrimas se secaban al viento y de un nuevo amanecer que entintaba el cielo de verde y pintaba mi rostro de alegría. 

Salí a acercarme, sobre mi propio pie iba desvariando pero firme a encontrarme con mi nueva prueba, con una más de las experiencias de al parecer una interminable cruzada en contra de mi destino, llegué hasta donde comienza la torre más alta de lo que parecía un templo, postrados sobre una meseta de piedra con transcripciones manchadas de un metal brillante y dorado, una ciudad rodeada de murallas de arena, porosos recorriendo escombros y tallados por el tiempo me daba la bienvenida. Briza del mar que llegaba puliendo los rostros de estatuas gigantescas, imponentes esculturas al cuerpo de los ciudadanos fantasma. Humo se vencía en el día saliendo de algunas de las construcciones, no sabía si las llamas eran parte del desapruebo que parecía haber a mi presencia o la explicación al por que me encontraba aún solo, aún esperando a que alguien se acercara, aunque fuese esta la única ocasión en la que posiblemente, pudiera ver sus rostros, mientras ellos se acumulaba en la inmensidad de la noche mientras caía el sol y en una eterna prolongada enfermedad reposaban mis vecinos mientras me observaban en secreto, las sombras obstruían la verdad vacía del horizonte, mis labios hablaban al parecer inquietando su orden, quizás sus vidas. 

Llegó mi acompañante emplumado mientras recostado trataba de dormir, así a lo lejos del eterno resplandor a las estelas, el fuego fugaz avanzaba apartando otra era más del universo. Mientras mi mente no callaba las voces del pasado, sus ojos me miraron fijamente, su compañía ya no me era algo increíble, había convivido con el y sus extrañas apariciones por todo este viaje y una de mis vidas, a veces lo escuchaba hablar de civilizaciones extintas y hombres que vinieron aquí sin antes morir, de los viejos sabios que construyeron estas ciudades y como terminaron de nuevo en la mortalidad. Otras muchas, solo emitía sonidos de ave, sonidos que para entonces me eran más reconfortantes que su voz ecosonora y recordatorio de mis desgracias.

- En este planeta hay lugares que en tú mente habitan y que para ellos alejados de ti, te convierten en el más peligroso de los escándalos, el caos que los viene a recordar que un día pensaron abandonar de nuevo este lugar-

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