martes, 29 de mayo de 2012

Cefále


Rojizo escabullante entre mis palmas sus fluidos en añicos le prescedian restos deteriorados, deshebrados en haces que escurren en silencio. Sucumbiendo escombros de la estética que el tiempo se llevo, el palacio de la perfección que en sus pilares se divide en cortes oblicuos cae en sus paredes ahora desalmadas. Marcha nula decayó al amanecer por las aras del destino en su vestidura funeraria, las vísceras análogas a los grandes pasillos ya no movían en gracia por el concierto muscular. Ahora apagada la llama de una lengua de pasado hablantín, cúpulas la rodean y en su superficie el mármol polimorfo micriscopicamente orgánico. Un cetro en lo más alto con poder omnipresente, tendía la orden, estasis en un cierto grado improvisado. Tocaba un piano al fondo de los rincones. Parte por parte iba escardando uniones en cableadas que corrían por circuitos tallados a mano para su paso.  Dos inmensos espejos cóncavos y en su centro otros más flotando entre seres vivos solo siendo parte de otro, brillaban. Hasta el fondo donde un dodecaedro cristalino lo reflejaba en colores delegando a sus uniones un proyector. Cúspides en blanco, fondos tubulares y el rojo predominante en un castillo eternamente obscuro. Rafagaz eléctricas al compás del unisono ser viviente. Ganglios y criaturas brillantes, parpadeantes formadas en hileras, que usualmente viajaban a defensa de su resguardo. Este el lugar que nos hace a todos.

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